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lunes, 7 de marzo de 2011

Auel, la reina de la Edad de Hielo que ganó crédito en las cuevas españolas

Cuando el 29 de marzo llegue a las librerías de todo el mundo "La tierra de las cuevas pintadas", la sexta entrega de la saga, los lectores de Auel descubrirán el desenlace de las aventuras de Ayla, la niña cromañón criada entre neandertales en "El clan del oso cavernario" (1980) que cruzó toda Europa hasta encontrar su sitio entre los Zelandonii en "Los refugios de piedra" (2002).

Lo que quizás muchos no sepan es que Auel hizo dos largas series de visitas en 2001 y 2009 a España para preparar las últimas entregas de la saga, que en aquel momento pretendía trasladar a la Península Ibérica, por su papel crucial en el arte paleolítico y en los últimos momentos de convivencia de los dos linajes humanos.

Finalmente, los pasos de Ayla en su adiestramiento como futura líder espiritual de los Zelandonii no se alejan de las grandes santuarios del sur de Francia (Chauvet, Lascaux...), pero la propia Auel aseguraba ayer en Londres, durante la presentación de la novela, que los pasajes es esta última entrega también se inspiran en el "ambiente indescriptible" que vivió en las cuevas españolas.

Altamira, Ekain, Atapuerca o Lagar Velho están entre los lugares de referencia de esta superventas, que prácticamente ha visitado todos los yacimientos importantes de la Península Ibérica.

Los responsables de algunos de esos yacimientos han relatado a Efe cómo se documenta Auel, qué hay detrás de las novelas que han popularizado la Prehistoria, cómo consigue su autora que algunos investigadores le cuenten cosas que, a veces, no se atreverían a poner por escrito, porque sólo las avalan sus propias intuiciones.

"Sus descripciones de los lugares, tecnologías, arte, métodos de subsistencia son buenas e introducen al lector en un mundo que ha desaparecido. Ella ha abierto el mundo de la Prehistoria al gran público", resalta Lawrence G. Straus, el catedrático la Universidad de Nuevo México que la guió en sus visitas a España, donde codirige desde 1996 las excavaciones en la cueva de El Mirón (Cantabria).

Straus subraya que Auel realiza una metódica labor de documentación. No sólo ha visitado casi todos los lugares que describe y hablado con sus responsables, sino que llega al punto de experimentar ella misma con las hierbas medicinales que utilizan sus personajes o con las técnicas para tallar útiles de piedra.

Los directores del Museo de Altamira, José Antonio Lasheras, y del Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Cantabria, Manuel González Morales, lo corroboran: así era la vida en el Paleolítico, aunque Auel se permita algunas licencias.

"Auel se ha ganado el agrado de muchos de nosotros con esos detalles. Eso es lo que satisface al lector, aunque no lo sepa, porque todo parece muy real, muy auténtico. Y es porque realmente ella lo ha vivido, lo ha interiorizado", asegura Lasheras.

Muchos de sus seguidores entre los arqueólogos valoran incluso que se introduzca allí donde la imaginación del novelista puede llegar, pero la ciencia no: el mundo interior de los hombres del Paleolítico. Porque, como resume el antropólogo Jesús Altuna, el gran estudioso de Ekain, "los cráneos fosilizan, las ideas no".

"Da una idea precisa de cómo vivía aquella gente y ella aporta los pensamientos, los porqués, un campo en el que un novelista puede crear con muchísima soltura. A nosotros nos reñirían si nos metiésemos ahí, pero lo que cuenta es un reflejo de las opiniones más extendidas hoy en la profesión", dice González Morales.

En "La tierra de las cuevas pintadas", Auel aborda uno de los temas que más debate ha generado: las razones del arte rupestre, un asunto que ella enmarca en el mundo de los chamanes. La idea puede parecer atrevida -apunta el histórico conservador de las cuevas de El Castillo, José María Ceballos-, pero reproduce una de las teorías más en boga, la que propugnan David Lewis Williams y Jean Clottes.

La escritora estadounidense ha confesado varias veces que el arte rupestre le emociona. Altuna, que le mostró Ekain, es testigo de que no exagera, porque él mismo lo presenció en la sala Zaldei.

"Se echó a llorar. Es la única persona a la que he visto llorar delante del gran panel de los caballos. Y la comprendo perfectamente", relata este veterano investigador guipuzcoano.

Fuente: www.efe.es

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