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lunes, 25 de enero de 2010

Círculos y Dragones (primera parte)

Capítulo III. Lo estoy sintiendo.

Poco a poco intenta abrir los ojos, pero es complicado. Los restos de fuertes sedantes siguen pululando por su sangre todavía - ¿qué es ese sonido? ¿es una voz? la conozco - se dice Carmela, con poco éxito en su empeño de centrar sus pensamientos con sus sentidos. - No puedo - y se deja caer nuevamente en un profundo mundo de sueños y pesadillas.

- ¿Se recuperará pronto doctor?
- Es probable señor Acueductos, en principio viendo los resultados de las primeras pruebas diría que fue una bajada de tensión con el agravante del fuerte golpe en la cabeza contra el suelo - dijo rígidamente el doctor.
- Esperemos. Gracias por todo.

Tras unas interminables horas de descanso para Acueductos, Carmela vuelve en sí. Alicaída y con signos de agotamiento, consigue a duras penas decir algunas palabras:
- ¿Qué me ha pasado?
- Te encontré en tu apartamento tirada en el suelo. Has estado algunas horas inconsciente. ¿Qué recuerdas?
- Tengo todos mis recuerdos muy borrosos. Iba a entrar pero la puerta me pareció abierta, y no recuerdo más.
- ¿Estás seguro de eso? Probablemente el golpe al caer te haya desconcertado.
- No sé, pero me duele.
- Cuidaré de ti, no te preocupes.
Carmela miró con aire complaciente hacia Acueductos y volvió a cerrar los ojos.

- Hogar, dulce hogar - dijo Carmela con sus aires de grandeza y a grito pelado.
- Ni que hubieras estado un mes fuera hija, desde luego qué te gusta una novedad y un lucimiento.
- Lo merezco. Tráeme algo ¿no? ¿así cuidas tú a tu reina?
- Lo que hay qué hacer para que quiten de trabajar, ¡ay!
- ¿Qué dices?
- Nada, nada. - dejando escapar una sonrisa pícara Acueductos.
- Por cierto, ahora que recuerdo. Recogí un sobre en el bufete de abogados, ¿a qué estamos hoy?
- Martes quince.
Tras una breve incursión en la basura mal recogida en que vivía, y tras la imposibilidad de dar con el sobre, Carmela empezó a agitarse. Su pulso se aceleraba, esa sensación del ascensor regresaba a sus sentidos.
- ¡No encuentro el sobre!
- ¿No recuerdas dónde lo dejaste? ¿estás segura de que al menos entraste con él? Pudiste dejártelo en cualquier sitio y ni siquiera llegar a casa con él.
- No lo sé. ¡Pero no puede ser! tengo qué encontrarlo.

Tras varias infructuosas horas de búsqueda, el sobre no apareció. La noche fue larga para Carmela. No pudo borrar de su mente la rabia e impotencia que suponía perder un recuerdo de su abuelo, desconocido hasta hace algunos días pero ese nerviosismo, estaba contrariada. ¿Por qué le importaba ese maldito sobre de alguien que ni conoció ni qué ha supuesto nada en su vida? Quizás si hubiese estado Merang, su padre, en su vida o al menos en su recuerdo, hubiese sido distinto. - Maldito Mark Jones que vienes a mí, ¿qué quieres y por qué lo haces todo tan complicado? - se dijo Carmela antes de cerrar un ojito, puesto que su sueño era como el de los gatos, con la patita recogida y un ojo abierto.

- Buenos días señorita, buscaba al señor Roberto Muro... algo. Estuve hace algunos días aquí con motivo de una herencia.
- ¿Me podría decir su nombre?
- Carmela Kristine Jones de Todos los Santos.
- Espere un segundo.
Tras un segundo muy segundo, dijo toscamente la secretaria:
- El señor Roberto Muroerto se encuentra ocupado y no podrá atenderla hoy.
- ¿Me podría dar cita para mañana?
- Me temo que es un hombre muy ocupado.
- Para lo que tengo que contarle no necesito que me dedique más de un minuto.
- Lo siento.
- Vete a freír calamares al Caribe guapita de cara.

Más tranquila en su piso, rodeada de su particular mundo revuelto, decide dar carpetazo al asunto de su abuelo. - Con la de cosas que tengo pendientes como para estar perdiendo el tiempo - intentándose autoconvencerse. Mientras intentaba desenredarse el pelo carnicero delante del espejo del baño - oscuro baño todo sea dicho de paso puesto que la bombilla del techo llevaba meses fundida, lo cuál hacía que la única forma de alumbrar el pequeño recinto de aseo fuera con una pequeña bombilla que traía adosada el pequeño mueble espejo -  comenzó a sonar el pequeño teléfono inalámbrico del salón. Una vez cogió el auricular, Carmela sintió como si un rayo atravesara su cuerpo de forma fulminante.
Medio temblorosa consiguió alcanzar a colocar el aparato en su oreja izquierda, y pregunta tímidamente:
- ¿Sí?
- ¿Kristine?
- Sí, soy yo, ¿con quién hablo?
- Soy Mark.
- ¿Nos conocemos?
- Me temo que no y espero que no sea tarde.
- Disculpe, ¿qué quiere?
- ¿No puede hablar Mark Jones con su familia?

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